Memorias de Ultratumba 1
Vizconde de Chateubriand

EL VIZCONDE DE CHATEAUBRIAND
Francisco Renato, vizconde de Chateaubriand, nació en Saint- Maló, en 1768, de una de las familias más nobles de Bretaña. Su padre, hombre grave y austero, muy pagado de su nobleza y que había servido en la marina, pensó dedicar á su hijo á la misma carrera, y le hizo seguir en Nantes los estudios necesarios; pero las circunstancias hicieron fracasar este proyecto, y el futuro autor de
Los Mártires, obedeciendo los deseos de su madre, empezó los estudios eclesiásticos. Sin embargo, como su vocación no era muy decidida, abandonó esta carrera y, en su cualidad de noble segundón, entró como subteniente en el regimiento de Navarra. La muerte de su padre, ocurrida poco después en el castillo de Combourg, le obligó á volver al lado de su familia.
Tras una breve residencia en el indicado castillo, pasó á Paris y, gracias a la influencia de su hermano mayor, fue presentado en la corte en 1787. Educado en las agrestes soledades de Bretaña y dotado de un carácter indómito y nada a propósito para la vida de cortesano, no volvió á aparecer en Ver- salles y vivió en París, retirado y obscuro, cultivando las relaciones de algunos literatos que le distinguieron con su amistad. Por aquella época compuso y publicó algunas poesías y fue aficionándose a la carrera de las letras, en las que más tarde debía ocupar rango tan distinguido.
Los progresos de la Revolución le decidieron à abandonar su país y á visitar el Nuevo Mundo. Después de recorrer la región de los Grandes Lagos, volvió à Francia para defender la causa de la monarquía, contrajo matrimonio con la señorita de Lavigne, y fue á incorporarse con los emigrados, a fin de hacer con ellos la desgraciada campaña de 1792.
Fracasada esta tentativa de restauración monárquica, pasó á Inglaterra, donde, en medio de una vida de privaciones y mi- seria, publicó su famoso libro
Essai sur les Révolutions anciennes et modernes, obra atrevida, pero llena de escepticismo y de desaliento.
En 1800 pudo volver á Francia y, bajo los auspicios de su amigo Fontanes, escribió en Le Mercure. Publicó, al año siguiente, el conmovedor episodio de Atala que tuvo éxito muy favorable y, en 1802, Le Génie du Christianisme, con el episodio de René. El éxito de esta obra fue prodigioso; Bonaparte nombró al autor secretario de embajada en Roma y, algún tiempo después, encargado de negocios en el Valais. Pero al tener noticia del fusilamiento del duque de Enghien, Chateaubriand presentó su dimisión, y publicó una carta que tuvo gran resonancia y le atrajo la enemistad y las iras del que era entonces árbitro de los destinos de Francia y de Europa.
Entonces emprendió su viaje a Oriente, y, con sus notas y recuerdos, compuso el Itinéraire de Paris à Jérusalem, publicado en 1811. Dos años antes había visto la luz pública su poema Les Martyrs, que, aunque favorablemente acogido por el público, fue objeto de numerosas críticas. Elegido, en el indicado año de 1811, individuo de la Academia francesa, para ocupar la vacante del poeta María José de Chénier, se le prohibió pronunciar el discurso de recepción y desde entonces es- tuvo en lucha abierta con el gobierno imperial.
En 1814 publicó un folleto apasionado y elocuente, titulado De Buonaparte et des Bourbons, que fue el principio de su carrera política. Durante los Cien Días acompañó á Luis XVIII en Gante como ministro de Estado y, al iniciarse la segunda Restauración, fué nombrado par, se unió á los ultrarrealistas y cayó casi en desgracia, á consecuencia de la publicación de su libro: De la Monarchie selon la Charte.
Después de la muerte del duque de Berry fue nombrado embajador en Berlín, luego en Londres y de allí pasó á tomar parte en el Congreso de Verona. Habiendo ocupado más tarde el ministerio de negocios extranjeros, hizo decidir la expedición a España, llamada de los Cien mil Hijos de San Luis, que tuvo por objeto y resultado el restablecimiento de la autoridad absoluta de Fernando VII. En 1824, le hicieron caer en desgracia los celos de su antiguo amigo M. de Villėle. A partir de aquel instante Chateaubriand se lanzó á la oposición en las columnas del Journal des Débats. Por la misma época publicó sus obras y agregó a ellas les Aventures du dernier Abencérage, les Natchez, Voyage en Amérique y la tragedia Moïse.
Al advenimiento del ministerio Martignac aceptó la embajada de Roma, pero hizo dimisión de ella, al ocupar el poder M. de Polignac.
En 1830 protestó inútilmente contra la nueva monarquía de Luis Felipe, que había tratado de atraerlo á su partido y, renunciando la dignidad de par y la pensión vitalicia que disfrutaba, se retiró á la vida privada. Durante todo el reinado de Luis Felipe perseveró en la misma actitud de oposición al gobierno y se consagró muy especialmente á los trabajos literarios. En 1831 publicó sus Études historiques; en 1836, su Essai sur la Littérature anglaise; en 1837, una traducción dul Paraiso perdido de Milton; en 1838, le Congrès de Vérone, y en 1844 la Vie de Rancé. Los últimos años de su vida los pasó bajo la suave y encantadora influencia de madama Recamier, en l'Abbaye-aux- Bois, ocupado en la redacción de sus Memorias de Ultratumba. Murió á los ochenta años en 1848, y, según su deseo, sus cenizas descansan cerca de Saint-Maló en un sepulcro erigido a orillas del mar. La obra literaria de Chateaubriand ha sido objeto de numerosos estudios por parte de sus amigos y enemigos. Entre los trabajos más notables merecen citarse los de Sainte-Beuve, Villemain y más recientemente el del elegante y erudito escritor y profesor monsieur Faguet.
Creemos que nuestros lectores verán con gusto las siguientes páginas acerca del autor del
Genio del Cristianismo y de su filiación y significación literarias, Son debidas al eminente polígrafo y literato español, catedrático y académico señor
Marcelino Menéndez y Pelayo*, que ha consagrado a Chateaubriand un brillante y profundo estudio en su
Historia de las Ideas Estéticas en España**:
«Chateaubriand era de la escuela de Rousseau, no solamente por su ideal soberbio y misantrópico, sino por sus admirables condiciones de paisajista. Pero en esta parte la superioridad del discípulo es tan evidente, que puede decirse que rompe con la tradición y funda escuela nueva, no ya con relación a Rousseau, sino con relación al mismo autor de Pablo y Virginia. Ni los paisajes suizos de Juan Jacobo, ni las noches del trópico descritas por Bernardino, tienen la grandeza solemne de los desiertos americanos de Chateaubriand, ni la pureza ideal de líneas y de contornos con que trazó el horizonte de la campiña romana. En esta parte esencial del arte moderno, la gloria de Chateaubriand permanece intacta. Es grande entre los grandes: descubrió un mundo entero de colores y de armonías; la naturaleza susurró á su oído revelaciones que no había hecho antes a níngún otro hombre. No pintó solamente las cosas naturales, sino el reflejo moral de ellas; no se detuvo en las apariencias fugitivas, sino que penetró hasta el alma de la creación, interpretando las voces misteriosas con que habla el espíritu humano. Aunque escritor colorista y pintoresco en alto grado, todavía lo que predomina en él es lo que pudiéramos llamar el elemento lírico del paisaje. Si hay algo de religioso, de sereno y apacible en su arte, lo debe principalmente á esas voces de la soledad que con tan inefable halago acallaban el fiero hervir de sus pasiones agriadas, rompían la dura corteza de su egoísmo, y daban expansión a la tristeza céltica de su alma.
En el paisaje, como en todo, Chateaubriand tuvo el instinto de la grandeza, y en el paisaje con más sinceridad que en ninguna otra cosa, porque quizá el único sentimiento profundo que habitó en su alma fue el sentimiento de la naturaleza; y no circunscrito y limitado, como en tantos otros vemos, a un género particular de paisajes, sino vasto y riquísimo como la naturaleza misma, y apto para sentir y describir igualmente la vegetación salvaje y pródiga de los bosques del Nuevo Mundo, las sombras transparentes del cielo de Grecia, y el aire de sus noches dulce como la leche y como la miel, las abrasadas arenas del Egipto y de la Siria, y la desolación del Mar Muerto. Por primera vez, con Chateaubriand, la poesía descriptiva tomaba posesión del mundo entero, y centuplicaba sus efectos, al mezclarse con la poesía de la historia. Y ésta fue su segunda conquista.
Como Schiller y Goethe en Alemania, como Walter Scott en Inglaterra, tiene Chateaubriand la gloria de haber renovado en Francia el sentimiento de la historia en su brillantez pintoresca y en su verdad moral, completamente desconocidas y divididas en las farragosas compilaciones, en los panegíricos retóricos y en los centones de epigramas á que en el siglo XVIII se daba el nombre de historias. Todas las grandes condiciones descriptivas que adornaban a Chateaubriand como pintor de naturaleza física debían acompañarle también como pintor de grandes escenas históricas y, sobre todo, como admirable pintor de batallas. Con la misma intensidad, con la misma ardiente visión que aplicaba a las selvas, a las aguas y a los cielos, sacaba de informes fragmentos, que para la erudición habían sido letra muerta, la grandiosa reconstrucción del mundo bárbaro que se admira en el relato de Eudoro, y la figura verdaderamente épica de Meroveo sobre su carro. Aquellas páginas decidieron de la vocación histórica de Agustín Thierry, y en este caso, como en tantos otros, la luz misteriosa y divina del arte alumbró como precursora los caminos de la ciencia.»
El Prólogo lo escribió apenas 2 años antes de morir el 14 de abril de 1846. En este texto se queja de la necesidad de vender sus memorias que de otra forma hubiera preferido heredar a su mujer y que ella decidiera el destino de las mismas. Como el lo llamó, «El haber de hipotecar mi tumba».
Como una nube... como las naves...
huye como una sombra.
JOB.
* Nacido en Santander, España en el año de 1856 falleció ahí mismo en1912. Se dice que la profundización antiliberal del pensamiento menendezpelayista, que tuvo articulación en el plano político, fue recogida durante la Segunda República Española por la cultura política del nacionalismo reaccionario español. De. acuerdo a Pedro Carlos González Cuevas, el peso de su figura entre las tradiciones políticas de derecha obstaculizó la aparición de un nacionalismo de naturaleza en España.
** Consta de una introducción acerca de las ideas estéticas griegas, latinas y del cristianismo antiguo; una segunda parte dedicada a las doctrinas producidas hasta finales del siglo XVII; una tercera dedicada al siglo XVIII y una última al siglo XIX.
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